María Magdalena es uno de los personajes
bíblicos más famosos de las Sagradas Escrituras, y la tradición de la Iglesia
católica nos la ha mostrado en los últimos años como una mujer pecadora, prostituta,
de la cual Jesús llegó a expulsar siete demonios. En las representaciones
artísticas, este personaje suele aparecer de forma usual con un carácter
penitente o en relación con el Salvador, ya sea arrodillada junto a él o
postrada enfrente de la cruz. Más allá de esta imagen que podríamos denominar
negativa, María Magdalena fue una de las cinco mujeres compañeras de Jesús que
le siguieron, a parte de los apóstoles, entre ellas María de Betania, Juana,
Susana y Salomé. Además, es considerada el primer testigo de la resurrección de
Jesucristo e incluso en algunos textos se la considera como la fundadora del
cristianismo, pues ella, según el Evangelio de María, uno de los textos
apócrifos (ocultos) hallados en la biblioteca de Nag Hammadi (1947), es la
encargada de comunicar las enseñanzas de Jesús a los demás apóstoles.
Para comprender esta demonización del
personaje de Myriam de Magdala parece correcto remitirse a las tradiciones y
las costumbres de la sociedad de la época en la que habría tenido lugar la vida
de Jesús.
A lo largo de la historia las mujeres han
sido modelos ideales definidos y establecidos por hombres, sin embargo, las
mujeres reales de la vida cotidiana permanecieron en la sombra. Pandora en el
universo grecorromano y Eva en el cristiano condenaron al mundo a la desdicha. Ambas
son el principio de una tradición misógina que impera aún en nuestros días.
En Israel, en el siglo I, las mujeres no
tenían ningún acceso al estudio de la ley, a la predicación en la sinagoga y
tampoco a la actuación en los actos públicos. Ellas debían ser esposas y
madres, esas debían ser sus grandes aspiraciones en la vida y su rol principal:
casarse (mediante un matrimonio que concertaban los hombres de la familia) y
tener hijos. Si la mujer padecía de esterilidad, llegaba a considerarse que se
debía como consecuencia a un pecado cometido por ella. Las mujeres eran
dependientes de un hombre durante toda su vida, consideradas siempre como
menores de edad. En este sentido, María Magdalena desafía el rol que se la ha asignado,
rechazando la pasividad que las mujeres debían mostrar y siguiendo a Jesús en
su predicación.
Como se ha dicho antes, desde el momento
en que comenzó a definirse a la mujer por parte de monjes y clérigos, esas
definiciones estaban cargadas de un carácter misógino imperante, heredado en
parte de los textos aristotélicos. Lo femenino se veía como el origen del mal,
el camino que conducía al pecado, de la misma forma en que Eva sedujo a Adán
para cometer el pecado original.
En contraposición a la mujer pecadora (Eva,
modelo en el cual también podríamos incluir la figura de María Magdalena), se
contrapuso María, la madre de Jesús. Ella fue considerada la única digna entre
todas las mujeres. Eva era la madre de las mujeres en la Tierra mientras que
María era la madre del Salvador. María se convirtió de esta forma en un modelo alabado
a las que las mujeres debían aspirar pero que era inalcanzable, pues era madre,
pero seguía siendo virgen, pura. (Las mujeres eran consideradas impuras con la
menstruación y tras el parto).
En la era medieval se discutiría sobre si
las mujeres carecían o no de alma y sobre su naturaleza diabólica, discusiones
precedidas por el desconocimiento del cuerpo femenino que los hombres tenían.
El cristianismo comenzó su influencia a
partir del siglo I d. C y tuvo una gran difusión hasta que en el siglo IV
Europa se consideraba cristiana, hecho que aventajó la perpetuación de las
viejas tradiciones religiosas.
Hay que tener en cuenta que el canon
bíblico establecido por la Iglesia católica es una creación humana, artificial,
de manera que se han añadido y descartado textos a elección de la Iglesia y en
pro de sus intereses. De esta forma, no es extraño que se quisiera apartar la
figura de María Magdalena, pues esta tendría una gran relevancia en el relato bíblico.
Así pues, Myriam de Magdala habría sido
discriminada, por un lado, por le hecho de ser mujer, y por otro, porque no
siguió con las costumbres que debían seguir las mujeres de su época, llegando a
ser la elegida de Jesucristo para continuar su legado.
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